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No
poseemos, desgraciadamente, más que muy pocos detalles sobre la vida
de Abû
Jacfar Mohammad bin Mûsâ
al-Juârizmî . Ignoramos todo de su
parentela. Su nombre, sin embargo, nos dice que era originario de
una provincia persa
relativamente alejada del Dâr
Al-Islâm(1)
pues estaba situada al Norte del Irán actual, en Asia Central:
la antigua
Juârizm(2). En la actualidad, ésta se
encuentra
repartida entre Uzbekistán, Turkmenistán y Karakalpacia.
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Sabemos igualmente que vivió
en la primera
mitad del siglo IX de la era
cristiana, presumiblemente entre el 800 y el 847(3).
Así pues murió antes de la edad de
cincuenta años. Este hombre realizó en menos de medio siglo lo que otros
no hicieron nunca, incluso viviendo cien años.
¿Quién era
Al-Juârizmî?. Un sabio. Ciertamente, pero aún era más. Un
genio, evidentemente. ¿Pero no fue algo más?. ¡Seguramente!. Nuestro
héroe brilló en cinco dominios, y con tal destello, que hicieron de él un
excelente
compañero de las ciencias. En efecto, este Persa de expresión árabe fue
todo a la vez, astrólogo, astrónomo, geógrafo,
historiador y sobre todo matemático. La extensión de sus
trabajos en el arte del cálculo abrieron el camino de extraordinarios progresos.
Y en adelante, cuando
volamos por los cielos se lo debemos en gran parte a él. Si nos curamos en tantas
ocasiones de enfermedades y retrocedemos tanto cuando Thanatos, después de haber arrancado
un mechón de cabello a un pobre mortal lo lleva junto al Aqueronte, podemos
agradecérselo a él.
Cuando nos maravillamos, con toda razón, de las fascinantes posibilidades de
los ordenadores (que no son sin embargo más que unos aritmógrafos perfeccionados),
se lo debemos siempre a este Persa. Pues en el origen de estos
milagros y de todos los prodigios que han dado lugar a las tecnologías modernas,
existe todo un maravilloso oficio en subtítulos, en fórmulas mágicas
y en seductoras curvas. Fue el arquitecto de las cifras. Solamente el matemático está
inspirado como el poeta.
Con sus versos, uno nos lleva a un sueño;
el otro transmuta el ensueño encantador en realidad
virtual antes de hacer de ello una evidencia totalmente
concreta. Acordémonos de los Griegos, que imaginaron unas alas de cera para el hijo de Dédalo, mientras
que
Clemente Ader nos transformó a cada uno de nosotros en Ícaro
triunfante. Del deseo a su realización, a menudo no existe más que el arte
del cálculo.
Si la vida
de Abû Jacfar Mohammad bin Mûsâ
al-Juârizmî, carece de testimonios, permanece bastante oscura, su
obra en
cambio es muy conocida. Sus escritos, en lo esencial, han sido
conservados y, mucho mejor para Occidente,
traducidos pronto al latín, tras su introducción entre los Moros de Al-Andalus(4).
Pero, actualmente, burlémonos de Chronos e
inmovilicemos su guadaña parar remontarnos por el hilo del tiempo unos mil cien años.

Abásidas
en los siglos VIII y IX.

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En la época que nos
ocupa, la
ciudad de Bagdad, capital del Imperio abásida, estaba dirigida por un príncipe
iluminado, que
respondía al nombre de Al-Ma'mûn(5). Éste, para suceder a su padre -el celebérrimo Hârûn
Ar-Rachîd, el de las Mil y una noches-, tuvo que guerrear e intrigar contra
sus dos hermanos. Una vez alcanzado el poder, el nuevo califa no se contentó
con acrecentar
las posesiones de sus Estados, hacer respetar el orden e ingresar inmensas cantidades
de dinares y dirhams en los cofres del Bayt
Al-Mâl(6).
Más que un rey, este monarca, fue
un erudito, un filósofo avispado. También fue un
extravagante. Así, un día, le vino la idea de edificar un
edificio con el fin de guardar en él todos los escritos científicos descubiertos
en el imperio. Este edificio fue bautizado con Bayt
Al-Hikmah, es decir "Casa de la Sabiduría".
La Abásida hace venir allí enseguida a los mejores
matemáticos, geógrafos, médicos,
poetas y traductores del reino. Les confía todos sus escritos (entre los que
se encuentran grandes cantidades de textos
griegos perdidos o ignorados en Europa), para que se encarguen de estudiarlos,
de traducirlos y de sacar de ellos lo más substancioso. A la lista de
sabios que animan el
Bayt
Al-Hikmah, además de una lista impresionante de traducciones
de textos científicos araméos, griegos e incluso
sánscritos, hay que añadir la medida de un grado del
meridiano(7)
terrestre y numerosas observaciones astronómicas.
Se cree que fue
por invitación de Al-Ma'mûn, como Abû Jacfar Muhammad bin Mûsâ
Al-Juârizmî , siendo todavía muy joven, dejó su Juârizm natal para ir a ejercer sus talentos
a la "Casa de la
Sabiduría". Y en el muy estudioso marco de este lugar, de un género
completamente inédito,
es donde el sabio persa da toda la medida de su genio y donde redacta, muy
presumiblemente, lo esencial de
su obra. Ésta comprende poco más de una decena
de obras, entre las cuales hay que señalar un
Álgebra, de hecho la primera de la historia,
sobre la que volveremos, una Aritmética, una Clasificación de
las ciencias, unas Tablas
astronómicas, una Geografía, un Estudio sobre el calendario judío, dos tratados sobre
el Astrolabio, una Crónica y un manual sobre los
Cuadrantes solares.
Detengámonos, algunos instantes, sobre otra
de sus obras, el Libro de la Configuración de la
Tierra. Lo redacta en colaboración, y a instancias del califa, con colegas geógrafos
para la creación de un mapamundi. Reflexionando,
para su realización, sobre la obra de Ptolomeo,
aporta un cierto número de retoques al Almagesto, corrigiendo
notablemente la longitud
excesiva del Mediterráneo. Completa también la obra del polígrafo alejandrino añadiendo a
las ciudades de
la Antigüedad greco-latina las ciudades y
accidentes geográficos del joven imperio musulmán. Esta
geografía gana en precisión sobre la precedente. Es muy apreciable
para el conocimiento de la península Arábiga y de Persia, dos regiones relativamente
desconocidas por Atenas y Roma.
Pero es sobre todo en el dominio de
las matemáticas donde innovó Al-Juârizmî . Publica, entre
el 813 y el 830, un tratado que revoluciona la ciencia
de los números. Éste se debe quizá al interés suscitado en una
lectura reciente de los Elementos de Euclides, que acaba de traducir al
árabe uno de
sus colegas en la "Casa de la Sabiduría", el matemático Al-Hajjâj ibn Matar.
El libro
se titula Kitâb al-mukhtaçar fî hisâb
al-jabr wa-l-muqabâlah, lo que se puede tomar por Compendio de cálculo por reducción
y comparación. El álgebra acaba de nacer.
¿De
qué se trata?. Simplemente, como indica el título, de
resolver problemas de cálculo por "reducción" (jabr
en árabe) y "comparación" (muqabâlah
en árabe), del modo de obtener ecuaciones cuya resolución está considerablemente
simplificada. De tal suerte, los matemáticos ganan
tanto en claridad, en el razonamiento, como en
rapidez, en la ejecución de las operaciones.
Ejemplo
8 x2 - 4 x +
6 = 6x2 + 4
por al-jabr :
8
x2 + 6 = 6x2 + 4x +
4
Los
términos negativos están aceptados, pero
prefieren deshacerse de ellos.
por al-hatt :
4x2 + 3 = 3x2 + 2x +
2
Se han
dividido los dos miembros por un mismo
número.
por al-muqâbala :
x2 + 1 = 2x
Se han reducido los términos semejantes de
una parte y
de la otra.
La ecuación está reducida a una de las formas canónicas
de al-Jwârizmî
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En la expresión hisâb al-jabr wa-l-muqabâlah
"cálculo por reducción y comparación", una palabra está comprometida para
un singular destino:
jabr que significa "reducción". Provista del articulo
al, pertenece al vocabulario médico y se refiere más específicamente
a
una técnica quirúrgica dirigida a la "reducción -en sentido de reparación-
de un miembro dislocado". El tratado
de Al-Juârizmî se tradujo al latín, en el siglo
XII, por Roberto de Chester (Liber
Algebrae et Almucabola) y Gerardo de Cremona
(De jebra et almucabola) de la Escuela de Toledo. De
ahí se latiniza en álgebra, sustantivo del que provienen las copias de
las otras lenguas europeas. Así en
francés, la palabra "algèbre" está certificada a finales del siglo XIV.
En esta
época, y hasta los trabajos del matemático
François Viète(8),
el álgebra incluye también a
la aritmética(9).
En castellano, si el término de álgebra, bajo la acepción de
parte de las matemáticas es el resultado, en 1604,
del mismo camino seguido que su equivalente
francés, hay que recordar que desde 1495 -o sea desde hace más de un siglo- se define como
"el arte de volver a poner en su sitio los huesos dislocados",
un sentido eminentemente más próximo al etimológico árabe. Del mismo modo, si evocamos las campañas militares españolas,
no hace mucho que poseían cada una su algebrista, que curaba esguinces y fisuras, reduciendo
fracturas y volviendo a colocar todo miembro roto según las reglas del arte
cuasi mágico de los ensalmadores. Hoy en día,
en las lenguas de Cervantes y Molière, ese tipo de
curandero ha desaparecido ante el especialista
de las fórmulas de cálculo: el algebrista.

No obstante,
la influencia de Abû Jacfar Muhammad
Mûsâ Al-Juârizmî no se detiene en el descubrimiento de
una nueva rama de las
matemáticas.
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En efecto, el sabio ejerce, a través de los
siglos, un ascendente tal sobre las letras
medievales que éstas se apropian de
su nombre para designar a todo procedimiento
de cálculo utilizando las cifras que se dicen árabes(10),
cifras -que comprenden el cero, desconocido por aquel entonces en
Europa- que descubren en textos
provenientes del mundo islámico.
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La introducción de estos nuevos signos, sobre todo para el manejo de
los grandes números, va a
facilitar prodigiosamente los cálculos que se vuelven enfermos, véase
imposibles, con las cifras romanas(11).
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Cuando hacen operaciones con ayuda de los
"números" árabes, nuestros eruditos del siglo XIII los bautizan con
guarismo en español y
augorisme o algorisme en francés.
Naturalemente estas palabras poseen numerosas variantes, pero todas provienen de la deformación
del nombre del Persa, y designan al arte de contar con las cifras de los
"Sarracenos". El latín medieval, lengua de las ciencias,
bajo la influencia de la palabra arithmetica (de origen griego),
crea la forma algorithmus, de donde en francés y en español modernos
se ha sacado "algorithme" y "algoritmo".
Ahora que sabemos lo que es el álgebra, no nos asustemos ante esta nueva
y fantástica
criatura que los matemáticos han llamado
"algoritmo". ¿No hemos dicho ya
que el arquitecto de las cifras y el poeta son de la
misma esencia?, ¿no es pues el momento de dejar expresarse a uno
de nuestros cantores?
Ecuchemos a Nicolás Boileau
:
"Lo que se piensa bien se expresa con claridad"
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Una fórmula muy bonita que se le puede aplicar a un algoritmo que,
en su expresión más simple, no es otra cosa que la descomposición de un cálculo
en una sucesión
de operaciones aritméticas.
Ilustremos nuestro propósito con el algoritmo
de Euclides. Éste, expuesto en el libro VII de los Elementos, explica como obtener
el máximo común
divisor (MCD) de dos números dados procediendo por divisiones sucesivas.
Nos
acordamos de la célebre frase de un
Parisino en la novela de Montesquieu(12),
"¿Cómo se
puede ser Persa?"
Pero,
tras haber percibido toda esta magia de los
números, gracias a Al-Juârizmî,
podemos preguntarnos:
¿Cómo no ser Persa?
Y
más aún:
¿Cómo no ser algebrista?